“Melodía azul de un mundo gris”
Ninguna historia existe hasta que no se cuenta. Ningún protagonista es tal hasta que no haya historia que lo necesite. Pero cuando los protagonistas se sientan a escribir su propia historia, el relato se transforma en una paradoja que cuenta, y toma, su propia vida. De la mano del relato, el tiempo suele pulir las arrugas de todo comienzo, barniza la superficie desteñida de lo que no era y plancha los bordes de lo que pretende haber sido. El cuento se funde con los deseos y la nostalgia da a luz un pasado que vuelve a nacer con forma de vieja utopía. Toda historia es la metáfora de un tiempo vivido sin saberse tiempo. Un engaño que, aunque por creerlo no se haga verdad, preferimos vivirlo. Por eso hacemos historia sin fechas y contamos cuentos sin protagonistas. Elegimos el camino más largo, porque es el que más disfrutamos al llegar.
Submarino es la historia de un naufragio. El resultado de una tormenta fugaz, de esas que no dan demasiado tiempo a pensar en nada. Uno de esos vuelcos que no por dejar a la deriva hacen perder el rumbo y no por ser imprevistos son pura casualidad. Es la necesidad de un par de naufra(profu)gos que hicieron virtud de la tormenta y se hundieron en una profundidad que sólo conocían desde la superficie. Una inmersión vertiginosa que los alejó del gris exterior para sumirlos en un fondo azul donde todo existe de otra forma. Ahí la luz era reflejo, y la superficie sólo un mal recuerdo. El agua reemplazó al aire e impuso su densidad, su capacidad para retener todo y poder, así, contemplarlo un poco más. Sin un suelo que pisar, la corriente hizo un poco lo que quiso, aunque los náufragos no se preocuparon demasiado y prefirieron creer que las incertidumbres no eran más que ráfagas de buena suerte. Tuvieron que aprender a balbucear en un ambiente que ahoga los gritos, arruga la piel y, a veces, asusta por su inmensidad. Pero vieron que todo era cuestión de seguirle el juego a la inmersión y animarse a abrir los ojos bajo el agua.
Poco a poco, los manotazos de ahogado se fueron haciendo brazada, y los náufragos se transformaron en tripulantes de su propio submarino. Ahora el descenso pasó a ser un viaje recurrente y la superficie una eventual bocanada de realidad. Acá es donde la historia se transforma en presente y las palabras, necesariamente, en música.